nos quedamos dormidos sin ir a trabajar.



Suena el odioso despertador a las 8:00, me levanto, más tarde de lo normal, he pasado mala noche porque mi vecina tiene la extraña manía de cantar ópera algunas noches, y ayer fue una de ellas. Tostada todavía en la boca y las llaves en mano, corro para no perder el metro, y también corro, sinceramente hablando, para que la gente no me vea sin maquillar y con mis queridas amigas las ojeras bajo mis ojos llenos de legañas. Lo pillo, justo, pero lo pillo. Me siento, casi sin poder ni respirar de lo mucho que he corrido. Apoyo mi cabeza en la ventana, suspiro y seguido bostezo. Cierro los ojos, y a los pocos minutos oigo ronquidos, no son míos por supuesto, son del hombre que tengo al lado, unos cincuenta, canas, y con pinta de trabajar en una de esas oficinas aburridas. Al principio me entra un poco la risa, pero acabo acostumbrándome. Saco un libo que había metido la noche anterior en el bolso. Era de hace dos veranos, un regalo, pero no consigo acordarme de quién. Tenía leídas unas diez hojas y poco más. Y decidí retomarlo. Pero cuando iba en la página veintidós, me di cuenta de porqué lo había dejado. Muermazo. Me doy cuenta de que estoy a una parada de la mía, guardo el libro, rápido saco un espejito, el rimel, y lista. Pero, cuando me voy a levantar, noto la cabeza del hombre cincuentón en mi hombro. Que tensión, que nervios, ¿ qué hago ? Me mira, le miro, levanta la cabeza avergonzado y le digo: déjela. La deja, suspira, y dice: una mala noche. fuimos

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lovely hugs